Hoy día todo el mundo tiene un
blog. En él escriben miles de palabras… ¿qué digo miles? Cientos… ¿qué digo
cientos? Decenas… ¿qué digo decenas? Palabras, al fin y al cabo. Y en ellas
recogen sus pensamientos, sus pasiones, sus intereses y voliciones, sus apegos,
sus desechos, sus hechos y “deshechos”. Entonces yo, que soy muy envidioso, me
he dicho a mi mismo: os vais a cagar. Llego.
Y qué mejor manera de empezar que
hablar de colores. El mundo está plenamente impregnado de colores, henchido de
pigmentos, haces de luz refractada en una gama infinita, inabarcable a la
percepción masculina. ¿Cuántos colores dices que tiene el arco iris? ¿Tantos?
Tan magnánima comunión de dovelas no encaja en el criterio del hombre. Al igual
que su carácter, el adjetivo a buscar para la noción varonil de “color” es el
mismo: primarios. Vamos con el ejemplo lumínico, aprovechando que estamos
comunicándonos a través de una pantalla, e introduzcamos el concepto RGB. Red,
Green, Blue. Rojo, verde… y azul.
Ah, el azul. Cuántos matices,
cuántas inflexiones y, sin embargo, tú. Añil, azur, índigo, garzo, turquesa,
zarco… pero siempre tú. No puedo evitar recordar cómo siempre has sido uno de
mis colores favoritos (de los pocos que distingo). No hay un solo día en el que
no sienta tu vigor, tu frescura, tu firmeza. No necesito buscarte para que
vengas a mí. Si miro al cielo, ahí estás. Si me acerco al mar, me escupes tu
magnificencia. Busco en el diccionario y te encuentro en el lugar menos
esperado: bluyín. Con dos cojones.
No es que lo intente, pero no te
me vas de la cabeza. Y, de repente, sumido en elucubraciones tornasoladas, me
pongo a ver una peli. Avatar. Mira que me gusta visualmente casi en su
totalidad, pero… ¿será posible tamaña aberración de la entidad humana? No, no
es lo que piensas, es un mundo diferente, con colores diferentes, donde hay
pseudo-humanos cuya piel es azul. Ni hablar. Por ahí no paso. Me dejo engañar
constantemente por la ficción, por la maravillosa mentira que es la propia realidad
en el presente, pero que me golpeen con la existencia (irreal) de unos seres de
tejido epitelial azul… a otro con eso, por favor. Pero, ¡un momento! Yo he
visto eso antes. ¿Dónde? Sí señora. Los pitufos. Pitufos, ¡cuidado! ¡Gargamel
el malvado!
Me duele en el alma repasar mi
infancia, no obstante lo cual no omitiré acontecimientos personales carentes de
trascendencia en la presente exposición. Como tantos otros niños de los 80,
pasé horas pegado al tubo de rayos catódicos. Y sí, me daban miedo los pitufos.
Gargamel era el que menos miedo me daba. ¡Cómo iba yo a sufrir ante la
presencia de una representación gráfica de un ser humano! Sin embargo, los
bichos esos… Si no había alcanzado el pensamiento formal abstracto (gracias,
Piaget, por joderme la infancia), no puedo entender por qué pretendían que
empatizara más con unos entes diminutos y azules.
Basta. He llegado al punto que
buscaba: los pitufos eran diminutos; los bichos de Avatar son pitufos gigantes.
Abstrayendo la lectura original y con unos conocimientos del francés que
calificar de rudimentarios sería ponerlos en un pedestal, podríamos hablar de Les
géants Schtroumpfs. Sin darnos cuenta nadie, he dado sentido al título de
la entrada, aunque no quiero despedirme sin recalcar que me gustan los colores
que veo cuando veo Avatar (salvo, claro está, el azul de los pitufos gigantes).
A más ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario