La vehemencia no siempre me
conturba. Mi mente no vaga demente continuamente, tal vez en cierto momento
cuando, incierto, lento, acierto a dejarme llevar por la defenestración y el
rubor. Aunque cada vez me pasa menos. ¿Será el fin de mis reflexiones? Lo dudo
mucho; mi cabeza se carga de abrojos continuamente. Por eso es bueno evadirse
de vez en cuando y mirar a las estrellas.
Es muy sencillo. Hay que apuntar
hacia arriba, más allá de zaguanes, balaustradas y techumbres. Hay que
sobrepasar troposferas, estratosferas, mesosferas y demás “feras”. Hay que
dejar atrás satélites, asteroides y planetas, incluso nuestro querido Sol (¿qué
sería de nosotros sin ti?). Y mucho más allá, pero no tan lejos como los
límites de la estupidez humana, están las estrellas. Pequeños haces de luz que,
desde el suelo, se tapan con la sombra de una sombra. ¿Lo tenemos? Bien. Ahora yo
pregunto: enmarcados en esa escala de la existencia, ¿aún te preocupa el
dinero? ¿Te molesta una mala palabra de un congénere? ¿Sigues preocupándote por
conseguir ese “algo” que, una vez logrado, no saciará tu ardor? En serio, ¿te
crees que “mañana” serás feliz? Voy a regalar una palabra a quien la quiera: AHORA.
Ahora es el momento. Salvo que
estés parado en un semáforo. Ahí vas a tener que esperar a que se ponga verde. En
cualquier otro caso… ahora. Ahora se presenta la oportunidad para darte cuenta
de que eres insignificante, de que todos tus éxitos serán olvidados, de que por
cada sonrisa que recibas tendrás que contemplar cien miradas de odio, de
descubrir cómo los sueños son sueños, creaciones mentales, y nunca verán la
luz. Y ahora es cuando digo que este párrafo está cargado de pensamiento
positivo, porque analizado con calma, reflexionando cada aserción, uno puede
descubrir que la ambición, el egoísmo, el triunfo al fin y al cabo no son sino
formas de ir muriendo sin darnos cuenta. Y cuando la vehemencia me conturba yo
sólo quiero vivir. Y, mirando a las estrellas, vivo.
Y si la mar es el morir (Jorge
Manrique dixit) yo me voy a la piscina, porque me gusta mucho estar en
remojo, como las lentejas, y no quiero dejar de entender al ser humano. Porque si
nos abandonamos, si caemos en abulias y en desidias, leeremos el párrafo
anterior como una retahíla de negatividades. Y no es el caso. Pero tampoco es
cuestión de que nos resbale. Ni mandar, ni ser mandado. Eso es lo que entiendo
como la clave de la felicidad.
Permítaseme una apostilla al
concepto “mirar a las estrellas”. Es muy bonito mirar a las estrellas. No sólo
sirve para enervarse con pensamientos enajenados. Desde aquí animo a todo el
mundo a buscar un lugar oscuro y mirar a las estrellas. Y, por favor, tratad de
buscar especialmente una, de sexta magnitud, doble y cambiante, que puede verse
cerca de la gran estrella de Lira. Muy pronto os diré por qué.
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