El Romanticismo es una de esas
etapas literarias que más me conmueven: esa pasión por la vida, ese dolor por
el constante anhelo de lo inviable, esa angustia por la odiosa realidad… Todos
hemos vivido alguna etapa de nuestra existencia de esa forma, sin hallar
respuestas a preguntas imposibles de responder. Pero hay respuestas, sí señor.
Respuestas tal vez ocultas entre líneas, entre versos más bien, de uno de los
más grandes poetas españoles de todos los tiempos (y esto sin dejarme llevar
por la opinión personal; si lo hago, el mejor), aquel que respondía por el
nombre de José de Espronceda.
Todo el mundo conoce la Canción
del pirata, un canto a la libertad, un empeño por llegar más allá, una
búsqueda constante de superación… Me gustaría mencionar también el “Canto a
Teresa”, recogido en El Diablo Mundo, pues es una de las más bonitas
manifestaciones de amor que he leído nunca. Pero, sobre todo, me veo en la
necesidad de destacar otro de sus poemas. A veces, cuando mi infante interior
lucha por crear la mejor poesía jamás creada (deseo que desaparece al volver a
la razón), mi base de datos cerebral me recuerda que no va a ser posible,
porque ya está escrita: A Jarifa en una orgía. He aquí unos fragmentos:
Trae, Jarifa, trae tu mano,
ven y pósala en mi frente,
que en un mar de lava hirviente
mi cabeza siento arder.
Ven y junta con mis labios
esos labios que me irritan,
donde aún los besos palpitan
de tus amantes de ayer.
[…]
Yo quiero amor, quiero gloria,
quiero un deleite divino,
como en mi mente imagino,
como en el mundo no hay;
y es la luz de aquel lucero
que engañó mi fantasía,
fuego fatuo, falso guía
que errante y ciego me tray.
[…]
Mujeres vi de virginal limpieza
entre albas nubes de celeste lumbre;
yo las toqué, y en humo su pureza
trocarse vi, y en lodo y podredumbre.
[…]
Muere, infeliz: la vida es un tormento,
un engaño el placer; no hay en la tierra
paz para ti, ni dicha, ni contento,
sino eterna ambición y eterna guerra.
[…]
Ven, Jarifa; tú has sufrido
como yo; tú nunca lloras;
mas, ¡ay triste!, que no ignoras
cuán amarga es mi aflicción.
Una misma es nuestra pena,
en vano el llanto contienes…
tú también, como yo, tienes
desgarrado el corazón.
Una desoladora historia de cómo
buscamos los mayores placeres y, una vez alcanzados, nos damos cuenta de que no
son suficientes; la imaginación siempre irá mucho más allá. Una demostración,
enmarcada dentro de una historia de amor, de cómo el ser humano nunca está
contento con lo que tiene y siempre desea lo que no puede poseer. Un
descubrimiento fatal, donde los placeres que nos producen los éxitos aparentes
acaban transformándose en aberraciones que repudiamos porque no son lo que
queríamos. La vida misma.
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