Ralentizando mi paso, te busco entre la gente. Te siento
cerca, tanto que casi puedo alzar mi voz para que llegue a tus oídos mi
mensaje. Allí estás. Me acerco. Te miro, pero tú no me miras. Y no lo haces
porque tus ojos permanecen fijos en el progreso. ¡A la mierda el progreso!
Vamos a viajar juntos al pasado, donde cualquier tiempo fue
mejor. Volemos, por ejemplo, al 24 de mayo de 1844. Por aquel tiempo se llevaba
mucho más el leer la Biblia. Uno de los que lo hacían con vehemencia (pero
supongo que sin que llegara a conturbarle) era Samuel Finley Breese Morse. Un
bendito americano para unos, un Dios entre los hombres tal vez para nadie, pero
hay que dar importancia al oblicuo tema que quiero tratar. Pues bien,
encontrábase nuestro amigo Samuel buscando un legado abstruso para la eternidad
cuando dio con esta cita bíblica, por supuesto de su versión del Rey Jaime (o
Jacobo, que es más gracioso) que se puede leer en Números 23, 23:
Surely
there is no enchantment against Jacob, neither is there any divination against
Israel: according to this time it shall be said of Jacob and of Israel, What
hath God wrought!
Y se hizo la luz en su cabeza. Porque, antes, el marketing
consistía en ser culto; era menos peligroso ser un erudito que no serlo. Corto
la comparación para no herir sensibilidades presentes. El caso es que le debió
gustar el mensaje porque, después de haber hecho alguna prueba que otra, este
citado día llevó las cuatro últimas palabras desde Baltimore al Capitolio, en
Washington, de forma instantánea, gracias al telégrafo. Proeza que podemos
calificar de revolucionaria y, como toda proeza revolucionaria, tendría
repercusiones futuras.
Muy bien, Samuel. Ahora es posible, gracias a ti, la comunicación
instantánea con cualquier parte del mundo. ¿Qué nos ha traído Dios?, te
preguntabas. Pues yo te contesto: el fin de la comunicación humana. De la
comunicación, del trato, del intercambio de lo que sea o de las relaciones
sociales. Me niego a creer que se potencian gracias a la tecnología que, hoy
día, me permiten decirte “hola” mientras me encuentro en tan indecorosa
situación como es la de la evacuación (corporal, se entiende). Estoy de acuerdo
en que es bonito hablar con alguien que está a miles de kilómetros, sobre todo
si ese alguien manifiesta algún tipo de deseo de oír lo que su lejano
interlocutor quiere decirle. Pero que nos hemos desviado tremebundamente de la
parte bonita del progreso es un hecho. Si yo digo “hola”, espero recibir un “hola”
a cambio. Y eso es lo que obtengo cuando saludo a alguien en persona. Ahora
bien, si yo digo “hola” utilizando alguno de los aparatos que el progreso nos
ha querido facilitar hay un sinfín de posibilidades estúpidas por respuesta: una
imagen graciosa de un mono fumando o bebiendo su propio orín, una canción de
los Beatles remezclada por alguno de esos pseudomúsicos que se hacen llamar
DJs, un vídeo de la última riada que asoló las calles de un pueblo perdido en
lo más recóndito del hinterlad de Kuala Lumpur…
No negaré que yo también me siento atraído a veces por estos
menesteres. Si no lo digo resultaría paradójico, teniendo en cuenta el soporte
que estoy utilizando para comunicar estas palabras. Pero me duele pensar que
así es como se acaba el cuento. Llegará un día, si no lo ha hecho ya, que no
sepamos con quién estamos hablando, teniendo a la persona delante y reticente a
abrirnos su corazón si no es a través del progreso. ¡A la mierda el progreso!
Interesante, interesante
ResponderEliminar