miércoles, 9 de enero de 2013

Soy súper fan de... Espronceda

El Romanticismo es una de esas etapas literarias que más me conmueven: esa pasión por la vida, ese dolor por el constante anhelo de lo inviable, esa angustia por la odiosa realidad… Todos hemos vivido alguna etapa de nuestra existencia de esa forma, sin hallar respuestas a preguntas imposibles de responder. Pero hay respuestas, sí señor. Respuestas tal vez ocultas entre líneas, entre versos más bien, de uno de los más grandes poetas españoles de todos los tiempos (y esto sin dejarme llevar por la opinión personal; si lo hago, el mejor), aquel que respondía por el nombre de José de Espronceda.
 
Todo el mundo conoce la Canción del pirata, un canto a la libertad, un empeño por llegar más allá, una búsqueda constante de superación… Me gustaría mencionar también el “Canto a Teresa”, recogido en El Diablo Mundo, pues es una de las más bonitas manifestaciones de amor que he leído nunca. Pero, sobre todo, me veo en la necesidad de destacar otro de sus poemas. A veces, cuando mi infante interior lucha por crear la mejor poesía jamás creada (deseo que desaparece al volver a la razón), mi base de datos cerebral me recuerda que no va a ser posible, porque ya está escrita: A Jarifa en una orgía. He aquí unos fragmentos:
 
Trae, Jarifa, trae tu mano,
ven y pósala en mi frente,
que en un mar de lava hirviente
mi cabeza siento arder.
Ven y junta con mis labios
esos labios que me irritan,
donde aún los besos palpitan
de tus amantes de ayer.
[…]
Yo quiero amor, quiero gloria,
quiero un deleite divino,
como en mi mente imagino,
como en el mundo no hay;
y es la luz de aquel lucero
que engañó mi fantasía,
fuego fatuo, falso guía
que errante y ciego me tray.
[…]
Mujeres vi de virginal limpieza
entre albas nubes de celeste lumbre;
yo las toqué, y en humo su pureza
trocarse vi, y en lodo y podredumbre.
[…]
Muere, infeliz: la vida es un tormento,
un engaño el placer; no hay en la tierra
paz para ti, ni dicha, ni contento,
sino eterna ambición y eterna guerra.
[…]
Ven, Jarifa; tú has sufrido
como yo; tú nunca lloras;
mas, ¡ay triste!, que no ignoras
cuán amarga es mi aflicción.
Una misma es nuestra pena,
en vano el llanto contienes…
tú también, como yo, tienes
desgarrado el corazón.
 
Una desoladora historia de cómo buscamos los mayores placeres y, una vez alcanzados, nos damos cuenta de que no son suficientes; la imaginación siempre irá mucho más allá. Una demostración, enmarcada dentro de una historia de amor, de cómo el ser humano nunca está contento con lo que tiene y siempre desea lo que no puede poseer. Un descubrimiento fatal, donde los placeres que nos producen los éxitos aparentes acaban transformándose en aberraciones que repudiamos porque no son lo que queríamos. La vida misma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario